Costó un millón de bolívares este comercial de un minuto y de una sola toma; sin contar lo que cobró el modelo. En cualquier caso, al parecer valió la pena: sólo se exhibe en los cines, y mucha gente, al salir, antes que comentar la película, habla sobre la cuña.
Corresponde indagar porqué la publicidad ocupa una posición ambigua; porqué el hecho publicitario, nacido del comercio y a él destinado, representa en virtud de dicho proyecto un ejercicio general del signo que supera el propio origen y el propio fin: brevemente, porqué la elaboración publicitaria, improvisación, de imágenes ora conformistas, ora mezcla de bien y de mal, de investigación y de poéticas, ora superficiales, ora profundas, puede ser un trabajo esencialmente dialéctico que intenta introducir en los rígidos límites del contrato comercial algo esencialmente humano.
Ya lo dijo el semiólogo francés Roland Barthes, de modo que estos jóvenes de la productora 35mm no están abriendo un camino a machete en medio de una selva jamás violada por la inteligencia humana. Dominique Cassuto, Salvador Bonet y Christian Castañeda, los artífices de la cuña que paralizó a Caracas, lo que han hecho es demostrar que por ese camino ya abierto se puede transitar haciendo pleno uso de una creatividad sin fronteras, poniendo en juego unas ganas tremendas de violar lo establecido y espantar los estereotipos. El factor riesgo, con su encantadora dosis de novedad, ha reaparecido en escena, antes de cada película a exhibirse en los cines caraqueños y durante un minuto.
El Imperio de los sentidos
En una enorme casa de Altamira cercana a la Cota Mil, resguardada por perros doberman y dos mastines napolitanos -a cual más feroz-, Cassuto, Bonet y Castañeda construyen cuadro a cuadro las cuñas de clientes de tanto prestigio como Banco Unión, Visa, Johnson & Johnson y Tamayo. Ellos son productores independientes, y la independencia está no sólo en el plano administrativo, sino en que se plantean la realización de la cuña como una experiencia en la cual no sólo hacen el papel de realizadores, sino que intervienen en el aspecto creativo.
Pero lo de calzados Romano fue incluso más allá: generalmente, es la agencia publicitaria la encargada de elaborar el guion y el storyboard de la pieza, que después se discute en un meeting de producción con los representantes de la empresa encargada de realizarla. Sin embargo, esta vez la productora, es decir, 35mm creó junto con el cliente Juan José Romano la idea original, y entre ellos la fueron puliendo hasta convertirla en una realidad: un joven buen mozo que paraliza la autopista del Este, a la altura del Centro Comercial Ciudad Tamanaco -en dirección hacia Prados del Este- que carga encima los productos textiles y de cuero que fabrica Calzados Romano. Eso es todo, la cámara va abriendo campo, en un movimiento de tilt up, levantada por una grúa. La música de Mozart, el grano estallado y la coloración casi violeta del comercial provocan una atmósfera tal que enmudece a quienes la ven por primera vez. El tránsito paralizado cosa que no es tan insospechada en Caracas y el trabajo de postproducción han hecho posible que las palabras de Barthes cobren más vigencia que nunca.
Tiznao quedó atrás
Cassuto y Bonet se conocieron y se enamoraron cuando ambos trabajaban para Franco Rubartelli, un productor de comerciales extraordinariamente cotizado. Dominique había estudiado Diseño Industrial, aunque desertó a mitad de carrera; Salvador, por su parte, permutó la Biología por la cámara y la iluminación.
En la euforia que permite estar soltero y sin compromisos económicos acuciantes, ambos tramaron filmar una película que quedase como el testimonio de la desaparición de un pueblo a favor del progreso. Durante tres años rodaron la agonía de Tiznao. El film, aunque ganó varios premios a nivel nacional e internacional, fue un fracaso comercial. Volvieron a casa de Rubartelli, y después se plantearon una empresa productora propia para un “período de transición” hasta intentar de nuevo un largometraje. El éxito ha sido tan rotundo, que el período de transición se ha alargado indefinidamente.
Ahora se encuentran entre las productoras independientes más buscadas; trabajan en un ca- serón lleno de bestias no enjauladas. Ángeles de yeso adquiridos en algún oscuro mercado dan la bienvenida al visitante.
Ahora que han adquirido fama en el extrarradio publicitario por haber trancado la autopista del Este un día de trabajo a las cuatro de la tarde, pasarán a la posteridad. -Las groserías más largas que he escuchado en mi vida, las escuché entonces – apunta Salvador.
Tardaron dos horas en realizar la filmación en 35 milímetros. El propio Salvador hizo la cámara. Entre toma y toma, dejaban pasar los carros, graneaditos. Originalmente, la cuña se filmó en color. Después se trató en un laboratorio para imprimirle la coloración que se buscaba; el efecto de cámara lenta que salta suavemente, acompasadamente, se obtuvo desechando un cuadro de cada tres.
Mauricio Facchini, de origen italiano – 26 años, soltero – es el joven protagonista de la cuña. Es ingeniero electrónico, pero no ejerce; trabaja con su padre en el comercio de bicicletas. En sus ratos libres y desde hace siete años, se dedica a hacer comerciales. Es una especie de Aguasanta Erminy en versión masculina